miércoles, 30 de abril de 2014

Mi amiga Ana.

- ¡Mari Carmen, Mari Carmen!
Me giro y no encuentro cara conocida. ¡Será a otra!, pienso.
- ¡Mari Carmen, colegui!
No hay lugar a dudas, "colegui" soy yo. Es mi amiga Ana, pero... ¿dónde está?
Vuelvo a girarme de nuevo y veo una cara que me resulta muy familia, con una enorme sonrisa que mostraba unos dientes absolutamente bien colocados. Perfectos.
¡Sí, la conozco! - pienso. Pero esa imagen la ubico más en otra época de mi vida. En la de mis quince años. Y no podía ser. No daba crédito a que mi amiga, la de los quince años, estuviera allí conmigo. ¿Acaso estoy sufriendo una especie de agradable regresión hacia el pasado? - me pregunto. ¡No! Ya no tengo esa inocente y rebelde edad de los quince; sino que en mi haber dispongo de cuarenta y cuatro primaveras que me devuelven a la más rotunda realidad- Aunque, por un momento he percibido ese grato y efímero placebo de sentirme nuevamente adolescente.
- ¿Ana? -pregunto sin salir de mi asombro. Mi desencajado rostro debió ser un poema en ese momento, porque eso de disimular no va mucho conmigo...
- Sí, quién voy a ser - me responde.
Siento tener las pupilas dilatadas y ojos abiertos como platos. Ni pestañeo. Y mi amiga me observa con una mirada picarona como diciendo, ¡qué, cómo me ves "colegui"!
Y cómo la iba a ver. Divina de la muerte. Su cuerpo de unos cien kilos debía pesar ahora al menos diez menos que el mío. Un rostro finísimo. Sin arrugas. Media melena airosa y arreglada. Un talle envidiable, muy delgado y estiloso. Y unas piernas perfectamente definidas y cuyas pantorrillas causaban auténtico vértigo.
Me senté en unos escalones que hallé cercanos antes de que me diera un desmayo, ya que no podía dar crédito a lo que estaba presenciando en ese instante. Mi amiga, la de los quince años, había vuelto. No tenía ya esa edad, pero como si la tuviera. Estaba guapísima, muy esbelta y buenísima...
- ¡Colegui! -le dije- si yo fuera hombre me enamoraba de ti ahora mismo. Y ambas sonreímos.
Estaba espléndidamente feliz y sentí alegría por eso, porque la noté plena, segura y confiada con su imagen de siempre rescatada del recuerdo. La de verdad, la de la auténtica Ana; encantada con su aspecto y cómo no, rebosante de salud.
Y así empezamos a charlar de forma amena sobre aquella sorprendente mutación que la había hecho pasar de oruga a radiante mariposa. Resulta que llevábamos dos años sin vernos. A mí no me parecía tanto, quizás fuera porque cuando a las personas se las siente continuamente cerca ni el paso del tiempo tiende distancias, y es como si ayer mismo hubiéramos estado charlando una frente a otra.
Me alegré y me alegro, ya que sé que para ella el físico era importante a pesar de que a mí me importe un comino el aspecto externo de la gente que realmente es bella por dentro. Y Ana siempre ha sido muy bonita por dentro y por fuera, mostrando permanentemente su aire seductor con kilos y sin ellos.
Luego charlamos... de cosillas nuestras que no vienen al caso contar aquí, y  que hemos dejado pendiente para un café de amigas por el que no vamos a sacrificar otros dos años para disfrutarlo juntas.

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